Entrevista a Roger Sauquet, professor de l'ETSAV
04/12/2025
«Adaptar-se a l'aigua en comptes de lluitar-hi en contra»
3 desembre 2025_ En una entrevista publicada a la Revista de El Mundo, l’arquitecte i professor agregat del departament de Projectes Arqutiectònics, Roger Sauquet defensa que les ciutats han d’aprendre a conviure amb l’aigua davant l’augment de fenòmens extrems com la dana de 2024 a València.
En lloc d’abandonar zones inundables –amb l'impacte social i ambiental que suposaria el desplaçament– proposa adaptar-les: limitar usos de plantes baixes, reorganitzar carrers segons el flux de l’aigua i incorporar el risc climàtic en la planificació urbana. Sauquet adverteix que les ciutats encara no estan preparades per a aquest escenari i reclama actuacions immediates per a reforçar-ne la resiliència arquitectònica i urbana.
Roger Sauquet és arquitecte, professor agregat a l'ETSAV i investigador del CRAL, amb una sòlida trajectòria en l'estudi de la resiliència davant el canvi climàtic. Està desenvolupant el projecte Urban–Recovery, centrat en integrar la simulació de fenòmens extrems en el disseny de les ciutats, i ha estat reconegut amb una beca Leonardo de la Fundación BBVA pel seu treball sobre arquitectura i risc climàtic.

Text íntegre de l'article:
Decía Kongjian Yu que sólo «abrazando el agua lenta podremos recuperar la poesía perdida de nuestras ciudades». El arquitecto paisajista chino, autor del concepto de la ciudad esponja –la que es capaz de retener el agua para mitigar el impacto de las inundaciones–, propugna la filosofía de vivir con el agua y no contra el agua. Porque vivir contra ella es lo que provocó la muerte de Luis y de otras 228 personas el 29 de octubre de 2024.
Luis falleció como consecuencia de la dana que asoló Valencia. Desde su casa de Catarroja y sin poder moverse, llamó al servicio de teleasistencia a las 19.30 horas para pedir ayuda: «Tengo medio metro de agua en casa». Fue lo último que dijo, cuando la ciudad sepultada bajo una ola salida del barranco era ya un infierno y no había rastro de esa rima que ensalza el agua como parte del entorno urbano.
Kongjian Yu defiende que no hay manera de luchar contra el agua, sino que sólo cabe adaptar la ciudad a ella. Abrazar el agua es lo que viene a proponer también, a su manera, el arquitecto Roger Sauquet. En un contexto de cambio climático, donde los fenómenos extremos están redibujando la nueva normalidad, no se trata tanto de huir de las zonas inundables ya construidas como de prepararnos para resistir ante lo que vendrá. Porque lo único seguro es que vendrá.
«Si algo nos ha enseñado la dana de Valencia es que el clima y la naturaleza no tienen límites», asegura el investigador de la Universitat Politècnica de Catalunya. Según Sauquet, «lo que vimos fue un tsunami al revés, es decir, un tsunami que vino de la montaña». Fue el desbordamiento de los barrancos en dirección al litoral de Valencia lo que acabó provocando la mayoría de las muertes.
Con el cambio climático, por tanto, la percepción del riesgo ha cambiado (o, al menos, debería). «Lo que antes sucedía muy de vez en cuando ha pasado a ser algo frecuente», explica Sauquet, para quien «el cambio climático está multiplicando los eventos disruptivos o fenómenos extremos». Y esto es lo que obliga, a su juicio, a considerar el riesgo en el diseño urbanístico de las ciudades.
Las ciudades ya no se pueden pensar únicamente desde un punto de vista de la mejora de la movilidad o de la ampliación de espacios verdes, por ejemplo. La normalización del riesgo debería conllevar su incorporación a la planificación urbanística. La ciudad hay que reimaginarla también teniendo en cuenta el riesgo al que se enfrenta como consecuencia de fenómenos climáticos como las danas.
Este es justamente uno de los objetivos del proyecto Urban–Recovery, financiado por el programa Fundamentos de la Fundación BBVA: «Estrategias de recuperación post–catastrófica. La integración de la simulación de fenómenos climáticos extremos en el diseño urbanístico para la mejora de la resiliencia y la complejidad urbana». Como investigador principal, Sauquet –que ya obtuvo una beca Leonardo por su estudio de la arquitectura frente al riesgo climático– sostiene que las herramientas de simulación facilitan la integración del factor riesgo en la planificación urbanística.
Pero si no hablamos de cómo plantar más arbolado sino de cómo anticiparnos al riesgo, ¿en qué tipo de ciudad estamos pensando «Estamos acostumbrados a una zonificación de la ciudad en función de las actividades: residencial, industrial... Habrá que hacer otra en función del riesgo y de la vulnerabilidad de determinados enclaves», argumenta Sauquet. A partir de ahí, lo que tocaría es fijar qué tipo de actividades pueden o no hacerse en cada zona en función del riesgo, por ejemplo, de inundación.
No sólo eso, porque este experto aboga por «establecer directrices sobre qué actividades se pueden hacer en una planta baja». «El objetivo es que una inundación no te pille durmiendo en una planta baja», resume. «Hay zonas donde habrá que dejar de vivir en plantas bajas, donde habrá que promover que la gente suba sus viviendas a una planta superior. De esta forma, la planta baja quedaría libre o para otro tipo de actividades» que no resultasen afectadas en caso de una riada.
En esta línea, considera también fundamental reordenar la ciudad pensando en qué calles se podrá o no aparcar coches. ¿Cómo Según la circulación y el movimiento del agua por las arterias de la ciudad durante una inundación. Esta es otra de las lecciones que dejó la dana de 2024 en los municipios de la comarca de l'Horta Sud en Valencia, donde se pudo ver cómo algunas calles simplemente desaparecieron bajo montañas de vehículos.
«Con los coches vimos otro aprendizaje de la dana. El urbanismo puede ser una trampa y provocar muertes. Pero, por otro lado, el urbanismo puede ser un refugio, ya que el 90% de la gente se salvó gracias a la edificación, gracias a que pudo subir a un piso alto», apunta este arquitecto.
De ahí que no sea partidario de fiarlo todo al desplazamiento forzoso de la población. La dana ha reabierto en Valencia el debate sobre la necesidad de prohibir la construcción en zonas inundables o, incluso, de plantear el traslado de barrios y comunidades a otras zonas sin riesgo de inundación. «Si hablamos de obra nueva, de levantar nuevos barrios, evidentemente hay que revisarlo porque tenemos ahora mucha más información sobre el riesgo de inundación de una zona que en los años 70», opina el investigador.
Sin embargo, «gran parte de la población la tenemos viviendo en barrios que ya existen y en los que a lo mejor no hay peligro de derrumbe aunque se inunden», subraya. «Desplazar a toda esa población para realojarla en otras zonas es echar gasolina al cambio climático. Derruir casas, construir nuevas... todo eso es un sinfín de emisiones. Por eso, el proceso hay que mirarlo con cautela». Adaptar las casas antes que tirarlas puede ser una buena solución intermedia.
De lo que ya no hay duda es del fenómeno que algunos expertos han bautizado como mediterranización del cambio climático, y que apunta al grave impacto del calentamiento del mar en regiones como el litoral español. Jorge Olcina, catedrático de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Alicante, habla del Mediterráneo como el laboratorio mundial para experimentar los efectos del cambio climático. Con este telón de fondo, ¿están preparadas nuestras ciudades para lo que viene?
«Yo creo que no», responde Sauquet. «Se está mejorando muchísimo en lo que tiene que ver con el ámbito de la seguridad y las alertas. La Administración es inteligente cuando empieza por lo más fácil, que es avisar a la gente de que puede llegar un evento disruptivo. Esto falló en la dana de Valencia pero, al menos, ha servido para que todo el mundo se ponga las pilas. Donde hay un camino por recorrer aún más largo es en la preparación física de la propia ciudad que, en algunos casos, conllevará un cambio de morfología, de adaptación del espacio público y de las actividades».
El investigador advierte, en todo caso, de que la solución no puede venir únicamente de un cambio en la normativa urbanística, que si por algo se caracteriza es por la lentitud de su tramitación. «Habrá cosas que efectivamente tendrán que modificarse, pero es que, en algunos sitios, puede tardarse hasta 10 años y en ese tiempo vamos a ver más fenómenos extremos», esgrime Sauquet. «Hay que estudiar actuaciones que puedan llevarse a cabo con la normativa actual. Y hay que actuar ya». La dana de 2024 no fue un simple aviso.
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